En la casa de las buganvilias
Con los ojos cerrados aspiro lentamente el aroma a café recién preparado. Ese aroma intoxica mis sentidos y es sinónimo de felicidad. Tengo que admitirlo, es una adicción, mi única adicción. Me sirvo una taza y salgo al jardín. La mañana es fría, pero sobre mi piel helada, se siente un delicioso alivio con la caricia del sol. Miro alrededor y pensándolo bien, no se vive tan mal aquí. A mi mente regresan los recuerdos, tan claros, que casi los puedo tocar. Conocí a Silvia en el gimnasio. Solíamos platicar durante las sesiones de ejercicio y ocasionalmente desayunábamos con otras compañeras de gimnasio después del la rutina en un pequeño restaurante a pocas cuadras. Me identificaba mucho con ella, teníamos más o menos la misma edad, ambas con pareja y con 2 hijos de las mismas edades. Teníamos mucho en común. Desafortunadamente no vivíamos cerca y las ocupaciones de ambas no nos permitían cultivar esa amistad fuera de los límites del gimnasio. De c...