Dejando el pasado atrás

Un semáforo en rojo, la música a todo volumen y el firme deseo de dejar atrás el pasado.

Renata con la mirada perdida en el infinito recuerda cómo se enamoró de Guillermo. 

Apenas lo vio y le robo el aliento. Su caminar seguro, su porte y el tono de su voz,  un tanto engreído, la habían hecho perder la razón. Nunca había tenido a un hombre así y este hombre tenía que ser suyo.

Aquella tarde saliendo de clases, recibió la llamada de Guillermo.
- Hola linda, hoy paso por tí en la noche para ir a bailar. Ponte más linda de lo que eres.

Renata literalmente flotaba entre nubes cada que escuchaba su voz. La tenía completamente controlada. Había enfrentado a su madre y a sus amigos para defenderlo. Estaba dispuesta a darlo todo por él.

Se había prometido a si misma no malgastar su primera vez, a menos que fuera amor del bueno. Y ella creyó que ese era amor del bueno. Y sí, también esperaba que sucediera pronto la mágica noche. Lo deseaba.

Al salir del antro la llevo a la oficina del negocio familiar. Ahí, entre cajas en la bodega,  y con copas de más, ella se entregó a él. No fue lo que esperaba, pero el amor lo justifica todo. 

Se volvió una relación de sexo y pasión. Pero para ella eso era amor.

De pronto, sin pensarlo, una conversación acabó con  sus sueños.

- Has visto a Guillermo, anda paseando a una chica, creo que es extranjera. La presenta como su novia
- Y alguien sabe que pasó con Renata? Creo que la pobre no tiene ni idea de lo que pasa ante sus propias narices
- Sí, que pena. Pobre, está tan ciega.

Renata vió el mundo desplomarse ante sus pies. Simplemente no podía creer lo que sus oidos escuchaban. Salió de prisa del lugar sin ser vista y vagó por las calles de la ciudad sin rumbo fijo, simplemente perdió la noción del tiempo y la distancia. 

Después de tanto caminar, se descubrió sentada en la plaza principal en una banca frente a la catedral, llorando.
Hizo un esfuerzo por calmarse, no podía llegar a casa en ese estado, no después de tantos altercados defendiendo lo indefendible. Lo que menos quería era tener que dar explicaciones y escuchar el sin fin de "te lo dije" que siempre suelen venir al final de este tipo de historias.

Se sintió estúpida, ingenua.  Dejo que ese hombre destruyera sus sueños, todos se lo habían advertido. Le dolía tanto. Nunca había sentido un dolor tan grande.

Tomó el autobús a casa. Por suerte, pensó, no había nadie. Se apresuro al baño, abrió la regadera, tomo la navaja de rasurar y la apretó con fuerza. Con la adrenalina del momento, no sintió el filo cortando sus dedos.  La tomo dispuesta a lo peor cuando el teléfono sonó. 
El timbre la saco del transe y reaccionó. Tiró la navaja y salió a contestar. Era María, su amiga. 

- Lo siento Renata, me sentí algo inquieta y tuve que llamar. Estas bien?

Rompió en llanto. - Sácame de aquí, por favor, sácame de aquí.
Tiró el teléfono y se deslizo llorando hasta quedar sentada en el piso.
María solo podía escuchar su llanto y la súplica de que la sacara de ahí. Colgó y salió rumbo a la casa de Renata.

Tal vez pasó media hora, hasta que se escucho la voz de María afuera. 
- Renata, Renata... ábreme.

El perro salió corriendo y ladrando.  María quito el seguro de la reja y entró a toda prisa.

Ahí, en el mismo lugar junto al teléfono, la encontró hecha un ovillo encontró a Renata.  Ni siquiera  había tenido la fuerza para levantarse y salir a abrir. No podía pensar en nada. 
María la tomó por los brazos y la levantó.  - Vamos amiga, te llevo a mi casa hasta que te calmes.

Lloró toda la tarde. Una vez que se calmó llamó a casa para no preocupar a su madre. Aunque en el fondo sabía que ella intuía algo

Regresó a casa pensando por primera vez en lo que había estado a punto de hacer. No supo si era una segunda oportunidad de la vida o simplemente una cobardía de su parte al no saber como enfrentar tanto dolor.

Se sumió en una gran depresión; semanas pasó  sin comer, tan solo café y cigarro alimentaban su alma y su cuerpo. En menos de dos semanas Renata se consumía lentamente. 
- Hubiera sido mejor morirse de una sola vez. - pensaba.

Nadie podía creer lo delgada que se había puesto. Parecía ir desapareciendo poco a poco.

Sin embargo, tenía que seguir viviendo, hasta que la vida un día, de pronto, se presenta la oportunidad de irse lejos, comenzar de nuevo. 
Una nueva ciudad, un trabajo, un nuevo destino. 

Hoy, Renata puede reescribir su historia.

Sube al coche y enciende la música. Se siente libre, nueva.  Hoy tomará la vida sin atajos.

El semáforo cambia a verde,  Renata acelera y se pierde en la distancia, mientras una nueva vida le espera. 

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